EL CANCILLER DE LOS COLECCIONISTAS DE VINILOS

Vinilocos | Por Ricardo Montoya | Fotografías Jess Ar

En 2017 Ricardo Montoya fue ganador de la convocatoria municipal de Estímulos con el trabajo «Acetatos y vinilos: colecciones para la historia”, expuesto y divulgado en varios espacios  de la ciudad. Muchas de esas historias de vendedores, coleccionistas y lugares donde este formato musical es el protagonista serán compartidas en PlanC cada quince días. Comenzamos con Juan Carlos Álvarez Echeverri, al que se puede considerar como el canciller de los coleccionistas de Pereira.

A las cuatro de la mañana es posible encontrárselo pedaleando por la Avenida Sur, escuchando con audífonos “Hasta que el cuerpo aguante”, un programa de la radio mexicana en el que colabora. Dice que es el tiempo que tiene para hacerlo. Igualmente escucha así sus propios programas transmitidos por las radios culturales de Pereira y Manizales.

Siete horas de programas semanales le representan más de 24 de preparación, digitalizando sus discos de pasta y vinilo, elaborando libretos, corrigiendo, editando y grabando para deleitar a su numerosa audiencia de: “Tropicalísimos de Colombia”, “Discoteca tropical” y “Suena la vitrola”, además de programas especiales para los días festivos.

Pero, además, mientras oye su música, prepara ponencias para eventos como los Encuentros de boleros en Pereira, Armenia, Caicedonia, Cali; Encuentros de melómanos y coleccionistas de Envigado, Bucaramanga, Anserma, La Virginia y muchas poblaciones más. Dicta conferencias y coordina comisiones en la Corporación Club Sonora Matancera de Medellín.

Es presentador de los festivales de música que transmite la Emisora Cultural de Pereira y en esta función hace reportajes con figuras de la canción. Pero también lo ha hecho en México donde logró una entrevista que es todo un documento con Tony Camargo. En los Coloquios Internacionales de Bolero realizados en La Habana, Cuba, en 2.016 y 2.018 ha sido invitado.

En su tiempo libre es un ingeniero, responsable de que los pereiranos tengamos un buen servicio de acueducto.

Juan Carlos es un manizalita nacido en 1959 y desde niño fue picado por el bicho de la música pues sus padres eran excelentes bailarines y en las Ferias de Manizales se hacía ruedo para verlos en los remates de corrida por la carrera 23.

Cuando tenía catorce años compró el primer disco para su mamá: “Memorias de una vieja canción” cantado por Leonor González Mina, y desde entonces, no ha parado de crecer su discoteca. Solamente cuando ya era ingeniero y podía disponer de dinero para comprar discos creció su colección. En 1982 empezó a clasificar sus discos y a comprar escogiendo, y a partir de ese momento se considera coleccionista.

Juan Carlos se puede considerar como el Canciller de los coleccionistas de Pereira, pues por sus contactos nacionales e internacionales trae a la ciudad a personajes de la música, casi siempre por su cuenta. Germán Rodríguez, cantante e investigador, autoridad en Enrico Caruso; Alberto Sánchez, coleccionista, investigador de músicos colombianos en Argentina y especialista en Jorge David Monsalve-Marfil-; Jaime Rico Salazar, escritor especialista en bolero y en música colombiana; Felipe García, trovador y compositor yucateco; Gaspar Marrero, investigador y musicógrafo cubano; Ricardo Stockdale y Pablo Taboada, coleccionistas argentinos especializados en Carlos Gardel, por mencionar solo algunos.

Destacamos aquí el papel de este viniloco como gestor cultural de Pereira.

TSHEGUE, ERUPCIÓN VOLCÁNICA DE AFRO PUNK

Por Christian Camilo Galeano | Fotografías Jess Ar

La Fiesta de la Música en Pereira llegó en este 2019 a su edición 13 al aire libre el pasado sábado 22 de junio. Año tras año nos sorprende por su poder de convocatoria, tanto de las bandas emergentes de la región que participan, como del público asistente que se goza el parque y la diversidad de ritmos ofrecidos. Por primera vez tuvo una semana previa con múltiples actividades (exposiciones, conciertos, charlas, talleres) en diferentes espacios.

Destacamos de esa programación el concierto en el Teatro Santiago Londoño con la agrupación Tshegue, desde los suburbios de París.

En el teatro Santiago Londoño de la ciudad de Pereira, La Alianza Francesa dio el preámbulo a La Fiesta de la Música con una banda que nos recordó que antes que palabra, somos música, cuerpo y comunidad. Tshegue, en pocas palabras, podría definirse como una erupción volcánica, donde poco a poco los sonidos tribales africanos, daban paso a esa influencia garage rock que termina por abolir las diferencias culturales.

Tshegue proviene de las periferias de África y París; solo desde allí se puede construir una música que contenga tradición e irreverencia. Beber de las raíces de la humanidad, de donde surgieron aquellos homínidos que articularon palabras, y no contentos con esto, dieron forma a los primeros cantos.

Y a su vez los suburbios: hogar de los exiliados de la humanidad, donde nacen sentimientos de resistencia y toman forma sonidos musicales toscos, violentos que quieren destruirlo todo. Gritos de protesta, a veces melódicos en otras ocasiones no tanto, ¡no importa!, lo que vale es recordarle a la sociedad que allí hay personas olvidadas que padecen y cantan. Son las fuentes de las que bebe Tshegue, bebe para cantar.

A partir de este torbellino musical nace Tshegue. Esta banda arribó a Pereira a reiterar que la música parece ser un lenguaje universal. El concierto inició con unos sonidos ancestrales africanos, recordando al público expectante que otra tierra es el hogar perdido del ser humano.

Después, el estallido y la fuerza de Faty Sy Savanet (vocalista) que hizo de todo el teatro su escenario. Su voz fue la voz de todos los asistentes, no había una lengua en común, pero si un mismo canto. Cada uno de los asistentes vibró con los canticos y movimientos de aquella africana, su cuerpo era parte de la canción. Aquel público más que saberlo, lo sentía, las sillas se movían, los pies de muchos querían saltar al igual que Faty. El cuerpo vibraba y la música continuaba. Faty, bailó e invitó a saltar con ella, muchos aceptaron y los cuerpos en movimiento fueron parte del espectáculo.

En un éxtasis musical muchos asistentes terminaron bailando al borde del escenario, se agitaban al compás de los movimientos y cantos de Faty. Pero esta no fue la consumación del espectáculo. Faty se mescló con el público, bailó en medio de jóvenes y adultos para al final invitarlos a tomarse el escenario junto a toda la banda. La música logró que aquel evento pasara a ser una fiesta, donde las diferencias se perdían.

La cantante bailaba y se movía entre el público; Tshegue era el público y los espectadores eran Thsegue, al final no había banda ni espectadores, solo una fiesta.

Por poco menos de una hora, Thsegue recordó que hay formas diferentes de comunicar y compartir con los otros. Una comunidad se puede construir a partir de un canto que, aunque no comprendamos su idioma, vibramos con aquella voz y esos sonidos; intuimos que detrás de todo canto se hallan pistas de lo que es el ser humano.

¿Qué impresión deja esta banda parisina en la ciudad? Sin lugar a dudas, esta fiesta de la música en el teatro Santiago Londoño anuló las distancias que imponen las lenguas y las geografías. Borró las diferencias entre artistas y espectadores. Y lo más importante, afianzó esa alianza milenaria entre las personas y la música.

DEL CAOS AL VERSO

Por Maritza Palma Lozano | Fotografías Tropa Teatro

En el Festival de Teatro Clásico de Almagro 2018, la agrupación había presentado su obra Quijote, espejo del hombre, sin saber que una presentación los llevaría a otra, ya que el director del Festival, Ignacio García, les recomendó montar el clásico La vida es sueño, de Pedro Calderón de la Barca, para que volvieran en este 2019; y así será, después de la presentación que harán en Pereira el 18 de julio.

Del caos al verso y de la representación al reencuentro se gestó el montaje más reciente de Tropa Teatro: La vida es sueño.

Enfrentarse a una obra escrita por uno de los más representativos autores de la literatura barroca, les abrió un camino hacia sucesos que los llevaron a vivir la rabia y la risa durante un montaje que, como la vida misma, se convertiría en un “enfrentamiento constante con lo adverso”, pero no una adversidad fatal, sino una que en medio de las marañas de los procesos creativos saca a flote lo más humano.

Una gran lección que tiene la obra es admitir que la vida es un sueño, entonces uno dice ¿me la voy a soyar o la voy a padecer?” cuenta Maryuri Ruiz, quien interpreta a Estrella, mientras Gustavo Vidal, quien protagoniza a Segismundo, complementa hablando sobre la exploración de crear un personaje, ya que si bien al principio todo es técnico, hay un punto de quiebre donde “el personaje devuelve como si fuera una mirada de uno”, como si el teatro dejara de ver hacia afuera y se convirtiera en pretexto para verse a sí mismo.

EL CAOS

Cuando se dio la propuesta de hacer la obra, los integrantes de Tropa Teatro pensaron inicialmente que el montaje estaría para el año 2020, sin embargo, tras ratificar la decisión de que fuera además su primera coproducción con la agencia de consultoría de Bogotá +Cultural, se propusieron el primer gran reto: la obra tendría que estar lista en menos tiempo.

Como toda una carrera, o más bien una obra, contra reloj, en noviembre y diciembre del 2018 empezaron las lecturas. Lo primero que tuvieron al frente fue un texto denso, que si bien es comedia, resultaba ser “una obra muy ladrilluda, muy pesada, [donde] el lenguaje era complicado porque nosotros no estamos acostumbrados ni a escuchar, ni a recitar el verso”, dice Gustavo.

Así, coincidieron con su primera dificultad, sin embargo como cuenta Diego Zabala “nosotros trabajamos bajo el principio de incertidumbre […] incluso tomamos el caos como una oportunidad de creación”.

Siguió el análisis, el estudio del barroco y las lecturas colectivas de la obra llegaron a hacerlas más de 40 veces. Entre febrero y abril le invirtieron toda la energía al laboratorio que les permitió desarrollar los frentes escénicos de su obra, a preparar una propuesta de música barroco-andina original, con la asesoría de Germán Piñeros, y garantizar todo el entrenamiento para la construcción dramatúrgica en la que también trabajaron sobre las bases de Virgilio Ariel Rivera.

Todo fue cobrando una forma que les permitió reafirmar que la obra, pese a ser de época, tenía vigencia en la Colombia actual, pues La vida es sueño, además de comedia es un juego de poder que aborda la idea del perdón, y en palabras de Maryuri “es un juego muy macabro porque [en Colombia] estamos acostumbrados a obedecer”.

EL ENCIERRO

Una vez avanzados en sus fases creativas la Tropa, como ha sido costumbre en el montaje de sus obras anteriores, se aisló para hacer su primer ensamble. Del 01 al 31 de mayo, dejaron de ensayar en el Teatro Alcaraván, y se encerraron en una finca en la Vereda Santa Ana Alta; allí adecuaron un espacio e iniciaron la travesía de montar en medio de la lluvia. El agua como el verso se configuró en otra dificultad.

Trabajaron de lluvia a lluvia durante jornadas de más de 12 horas, actuando sobre la montaña, donde está ubicado el Teatro Stone river, un kiosko adecuado por Robinson Cardona, otro de los integrantes de la obra. Con risa Maryuri simplemente afirma que ha sido “el montaje más mojado”. 

Bajo la guadua y el techo de paja, la Tropa hizo una búsqueda estética entre lo poético del teatro y la hostilidad de la realidad. Mientras Dosquebradas se inundaba, los actores explotaron sus artes corporales y tuvieron una inmersión en una obra que sacude con el cuestionamiento de que hay que despertar del sueño. 

Maryuri explica: “podríamos mostrar solo lo caótico del sueño pero está la posibilidad de soñar la vida para volver a ser. Si esto es sueño lo voy a soñar bien, por eso Segismundo decide reivindicarse con el poder que tiene como príncipe”.

La duda, la ira y la transgresión también tuvieron su lugar en este montaje. 

La duda porque como sigue contando Maryuri “estamos en un dilema con relación al sentido de las palabras”, ya que en algunos casos no sabían si mantener las expresiones originales de la obra o cambiarlas por unas que se entiendan fácilmente en la actualidad, sumado a que les importa mantener el verso sin necesidad de recitar, justamente porque la obra tiene diseñada una estructura gramatical distinta para cada personaje. 

La ira en  aquellos momentos donde los actores se pelearon con sus propios personajes y esas exploraciones por entenderlos. Y la transgresión cuando cada actor propuso interpretaciones y aprovecharon las particularidades para juntar un universo, que según Jhonathan Rodriguez busca “levantar el ladrillo del piso para que haya imaginación” explorando la risa y la angustia.

EL PARTO

Nunca habían montado una obra de esta magnitud en tan poco tiempo, pero justamente lo lograron gracias a su trabajo de 15 años como creadores, lo cual les da las bases porque, como dice Diego, “la experiencia no es la sumatoria de talentos, son los equívocos y aprender a trabajar en colectivo” sorteando lo que ellos llaman los amores y desamores que trae consigo compartir tanto tiempo juntos.

Hicieron una primera muestra de su obra el 01 de junio en el Teatro Alcaraván, el mismo en el que ensayan día tras día en Dosquebradas. Se trató de una presentación íntima, otra costumbre que tienen para devolver al lugar donde ensayan el resultado de sus esfuerzos creativos. Según Maryuri, si contara cuántas veces han presentado la obra hasta el día de su estreno en Pereira, podría sumar 6 o 7, incluyendo la presentación en el Teatro Colón, “uno de los teatros más sorprendentes del mundo”, según la BBC de Londres. 

Como los hijos, que con parirlos no es suficiente, los integrantes de Tropa Teatro después de cada una de sus presentaciones siguen haciendo un ejercicio de perfeccionamiento, donde evalúan lo que hay que corregir para trabajar sobre lo montado. Así, siguen escuchando lo que sus personajes les susurran y que más allá de la actuación los lleva a cuestionarse como humanos.

OÍDOS PARA LA TUBA

Por Juan Miguel Álvarez | Fotografías Jess Ar

Ciudad Cultural hace un recorrido por los orígenes y crecimiento del MC Festival, con instrumentos de cobre y percusión. Un evento musical promovido en Pereira por Ignacio Antonio Ríos, actual director de la Banda Sinfónica.

EL MC FESTIVAL BRASS AND PERCUSSION

Primero, el instrumento. Se llama tuba y es el mayor de la familia de viento-metal. Las hay de cobre o de bronce y en los últimos años han fabricado algunas en resina sintética. Tiene un sonido tierno y enamorador. Más arrugado que el de una trompeta, más potente que el de un corno y con la posibilidad de un registro más grave y alto. En las orquestas sinfónicas se distingue porque acompaña los bajos de algunas cuerdas —como el violonchelo y el contrabajo—, y de algunos tonos medios de maderas —como los del clarinete y el fagot—. Aunque, de un tiempo para acá, ha ganado protagonismo y le han concedido espacio para solos. Si pudiéramos estirarla, la tuba mediría unos siete metros. Enroscada, su tamaño puede equivaler al tórax de un músico adulto sentado. Si un niño de unos 10 años la carga de un lado a otro, la tuba se ve más grande y ancha que el niño.

Lleno total durante unas de sus presentaciones en La Catedral.
Foto: Jess Ar.

El MC FESTIVAL BRASS AND PERCUSSION es una de esas rarezas exquisitas. Un poco inexplicables.

Segundo, el músico. Mel Culberston, un gringo orgulloso de sus raíces Cherokee, llegó a convertirse en el más destacado tubista del mundo en las últimas tres décadas. Murió en 2011 en una sala de hospital, en Francia, país en donde llevó adelante su carrera. Su legado es variado: como profesor y maestro, dejó una numerosa lista de tubistas brillantes en varios países del mundo, sobre todo, en Europa Central. El colombiano Andrés Arévalo tuvo la fortuna de ser uno de sus discípulos. Como tubista principal de orquesta, Culberston hizo parte de la Sinfónica de Hague, en Holanda, de la Filarmónica Radio Nacional de Francia y de la Orquesta Nacional de Bordeaux-Aquitania. Quizás, su más grande aporte a la música sinfónica contemporánea fue el de disputar con el sector más conservador de la música sinfónica europea —y ganar— un lugar para la tuba como instrumento solista a lo largo de una obra, no sólo como acompañante, y un lugar como instrumento individual para interpretar obras exclusivas en sala.

Los instrumentos de cobre son los protagonistas en diferentes espacios y con un amplio repertorio. El público los observa detenidamente. Foto: Jess Ar.

Tercero, el festival. El MC Festival Brass and Percussion es una de esas rarezas exquisitas un poco inexplicables. Su primera versión tuvo lugar en 2010, en Bogotá. Fue un homenaje a la obra del maestro Mel Culberston —por eso MC—, un escenario privilegiado para la interpretación de la tuba y un espacio único para que los aprendices de este instrumento se rodearan de los maestros en talleres y ensambles. Y desde 2012 se viene celebrando en Pereira, salvo en el 2014. En este 2016 la ciudad disfrutará de su cuarta versión y el evento se convertirá en una sólida constatación del buen aire musical que ha cultivado Pereira en la última década.

Ignacio Antonio Ríos Torres llegó a Pereira hace 23 años. Egresado del Conservatorio del Tolima y de la licenciatura en música de la Universidad de Caldas, venía con la expectativa de establecerse acá sólo un año pero la ciudad lo fue seduciendo y terminó quedándose del todo. Hoy es el director de la Banda Sinfónica de Pereira y el doliente de los servicios de orientación musical que ofrece el Instituto Municipal de Cultura, entre otras actividades en torno a la academia musical.

A comienzos de 2012, Ríos Torres recibió un correo del tubista Andrés Arévalo para decirle que el MC Festival ya no iba más en Bogotá, que él había tocado todas las puertas y no había conseguido financiamiento. Le explicó qué buscaba del festival y cuál era el énfasis, y le propuso que intentara organizarlo en Pereira, “sobre todo, porque mucho joven de la provincia no tenía los recursos para viajar a Bogotá a disfrutar del festival”, explica Ríos Torres. Para un estudiante no era fácil: además de los costos mínimos —transporte, alimentación y hospedaje—, si quería participar en los talleres tenía que cargar su propia tuba —si contaba con una— o conseguirla prestada. A sabiendas de que en las bandas y orquestas, por lo general, no abunda este instrumento.

Arévalo le habló a Ríos Torres de Mel Culberston. Quienes habían sido sus estudiantes querían propagar el amor por la tuba y continuar con el modelo de enseñanza que él les había inculcado. “La tuba no ha sido atractiva para los jóvenes que estudian música, entonces Culberston se dedicó a promocionar este instrumento y que los compositores escribieran obras para la tuba en solista”, dice Ríos Torres. “Pero que el estudiante no sólo se preocupara por ser un excelente instrumentista, sino también una persona sencilla y generosa con el conocimiento, una muy buena persona”. Ocurría, además, que en Colombia no había un gran desarrollo musical de los más grandes instrumentos de viento-metal. La tuba, el eufonio, incluso el corno parecían olvidados en comparación a la atención que le prestaban a la trompeta, el clarinete y el saxofón. De organizar el MC Festival en Pereira, los músicos de la ciudad podían disfrutar de la presencia de los maestros actuales de la tuba y aprovechar sus conocimientos. Junto con Andrés Arévalo vendrían Fabièn Wallerand, Bastien Baumet y Vicent Lepare, tres de los más virtuosos discípulos de Culberston, y la pianista japonesa Mari Kiagehira.

Ríos Torres hizo la gestión con la empresa privada y con el Instituto Municipal de Cultura y en julio de ese año logró realizar la tercera versión de este festival, primera en esta ciudad. Fue un encuentro pequeño, casi íntimo para músicos y estudiantes, con presentaciones en salas y talleres.

El auditorio del Banco de la República es otro de los escenarios donde suenan estos instrumentos.

Con el  MC FESTIVAL EN PEREIRA, los músicos de la ciudad han podido disfrutar de la presencia de los maestros actuales de la tuba y aprovechar sus conocimientos. 

En 2015, la ciudad vibró con el festival. Entre la primera versión y ésta sucedieron algunos cambios. Se amplió la base instrumental. La tuba y el piano se complementaron con instrumentos de percusión y otros de viento-metal. Trombón, eufonio, corno y trompeta, más percusión. Esto permitió que al nombre del festival se le añadiera “Brass and Percussion”. Para Ríos Torres esta ampliación fue necesaria para darle vida a unos instrumentos que “no son conocidos comercialmente pero que tienen gran importancia hoy en día”. Además, permitió que la banda sinfónica de Pereira, que está conformada por instrumentos de viento y percusión, aprovechara mejor la presencia de los maestros.

En las mañanas y en las tardes, músicos y estudiantes asistían a los talleres y preparaban ensambles para interpretarlos en recitales nocturnos. Y aquí vino el segundo cambio: ya no sólo se presentaron en salas para públicos limitados: también ofrecieron conciertos en espacios abiertos y por toda la ciudad. En el corregimiento de La Florida, en la plazoleta del edificio Lucy Tejada, en la peatonal de la Alcaldía, entre otros. Y celebraron un enorme recital en la Catedral con al menos setenta músicos que llenó el recinto.

No sobra decir, que al repertorio clásico de obras y composiciones sumaron aires del folclor colombiano, para las que invitaron al maestro del eufonio Ramón Benítez. “Nuestra música siempre ha jugado un papel importante dentro de las orquestas. En un recital, la Banda Sinfónica de Pereira abre con una obra clásica mundial y cierra con una obra de la música colombiana. Así cuidamos nuestra identidad”.

En la actualidad, el MC Festival Brass and Percussion es el único en Colombia que ofrece esta gama de instrumentos y se ha convertido en una referencia para estudiantes y músicos residentes en lugares diferentes a Bogotá. Y ha mantenido el fervor pereirano por la música más bella.

MARTÍN ABAD, LA JUSTA MEDIDA DE LAS COSAS

Por Alejandro Patiño | Fotografías Jess Ar

Martín no te habla de grandes teorías o movimientos, su cuento es la vida, la mamadera de gallo, el reírse y bromear, el hacer como un acto de resistencia y goce. Su obra solo puede entenderse desde los parámetros de lo conceptual pero no brota en él como una idea sino como un acto de existencia, una experiencia vital, una manera de ser en el mundo.

Me encontraba en el  Parque Las Araucarias de Santa Rosa de Cabal, sentado, pensando y  tomando apuntes,  boceteando  dicen por ahí, sobre lo que quería decir en este escrito sobre el artista Martín Abad. Son tantas cosas, infinitas evocaciones, imposible quedarse quieto de espíritu al recordarlo, hablar con él, verlo con el paso de los años avanzando sobre su cuerpo y mente. Todo en él se ha movido, menos esa naturaleza de ser niño, que le sale de un momento a otro, incluso en los múltiples encuentros que hemos tenido: “¿me saco un moco o me tiro un pedo para la foto?”, agarra mi reportera y simula hablar con alguien al otro lado como si fuese un juego de niños, yo lo hacía con zapatos o cualquier otro elemento alargado que simulara en forma a un teléfono.  Pero a su edad, e inclusive un poco menos, solo le queda bien a él, le luce cuando lo conocemos, es consecuente con lo que ha vivido, ha querido, ha deseado y ha hecho como artista. Así también lo he  encontrado en el recuerdo de muchos, entre sonrisas y lágrimas, siempre recalcando su particularidad, ese “solo Martín” que tantas veces musitamos al estar cerca de él. Lo he rescatado del fondo de algunos de sus amigos, admiradores, seguidores de sus obras y también de sus caprichos de niño pequeño, sus pataletas, su querer hacer las cosas a su antojo y  a su lógica, y lo mejor de todo, no podrían salir mejor, siempre tiene la razón.

En ese parque entablé conversación con un señor que sin conocer a Martín me habló  del pueblo donde nació el artista  en 1939. Me dijo, ante el replicar incisivo de las campanas de la iglesia que teníamos detrás de nosotros, – y sin yo preguntarle nada- “es peor en Jericó, Antioquia, allá suenan las campanas cada 15 minutos, ah!, pueblo católico ese”. Inmediatamente evoqué el documental Carta a una sombra, inspirado en el libro El olvido que seremos del escritor  Héctor Abad Faciolince, primo de Martín. Ambos trabajos son testimonios directos de una época de violencia que vivió la familia Abad. En el documental transcurre una escena muy particular, como Martín, donde el abuelo de Héctor es excomulgado por  entrar a una iglesia del pueblo a caballo. Ese es Martín, volví  a evocar, muchas de sus obras han sido actos similares  a ese.  Como parte de esa secuencia narrativa en el documental Héctor Abad recuerda cómo eran esos días de niñez junto a su padre en Jericó,  quizá los mismos que tuvo que vivir  Martín hasta los 8 años cuando su familia decide venirse para Pereira. “Éramos liberales en un pueblo godo, vivíamos a la enemiga, a oscuras,  en una aldea goda, medieval y  católica”.  Lo más sorprendente es la manera  tan vital que los Abad han enfrentado  la violencia y la muerte, sin resentimientos, sin eternas quejas, con la justa medida de las cosas, con la palabra y la naturaleza de las  formas que les presenta la vida. Héctor Abad recuerda al final del documental la gran enseñanza de Héctor Abad Gómez,  ya transformado en sombra, sus palabras se caen lentamente como si fuesen los discursos incendiarios y agudos de su padre: “no tengo odios por alguien, tengo odios por la muerte, por la violencia”. Y afirma que la vida debería ser eso que se apaga de  forma natural, legítimamente con la vejez.   No se cumple el ojo por ojo.

Lo he encontrado en el recuerdo de muchos, entre sonrisas y lágrimas, siempre recalcando su particularidad, ese “solo martín” que tantas veces musitamos al estar cerca de él.

La chatarra y los objetos encontrados han sido característicos en la propuesta artística de Martín Abad. Algunas de sus obras hacen parte del patrimonio del arte público  pereirano. 

Jess art.

La primera vez que Martín me habló del asesinato de su hermana, y del cual él salió herido también,  ocurrido en La Empanadería –  famoso sitio donde Martín sonaba acetatos de rock y vendía sirope con empanada –, lo hizo de una forma tan tranquila como solo alguien que ha trasformado el dolor en dignidad, y en obra, puede hacerlo. “Fue delincuencia común” afirmó con certeza, libre de resentimientos y sin señalamientos ni confabulaciones de ningún tipo. Despejó de tajo cualquier sospecha que vinculara el crimen con algo político o ideológico.  Ese suceso lo hizo tomar la decisión más vital de su existencia: vivir rodeado de la naturaleza, y entre objetos, en una casa particular en La Florida, ya van 4 desde hace más de 40 años.  De la muerte brota la vida pero también de los conatos y coqueteos con esa propia muerte nace el arte, su obra. Cuando estaba a punto de graduarse de arquitectura en la Gran Colombia de Bogotá, sufrió un aneurisma  o desmielización cerebral  y tuvo que retirarse, recoger sus cosas y volverse para Pereira. Allí comenzó de verdad su camino por el arte,  a hacer obra como se vive y a vivir como si estuviese haciendo obra, no hay diferencia, en él es un mismo acontecimiento.

Ser director de Amigos del Arte de Pereira no solo motivó su propio proceso sino que abrió las fronteras del arte y la cultura en la ciudad, “creo que se realizó una buena labor” dice. Y recalca: “sin desmeritar lo que hacían otros, yo me moví mucho allá” Su mirada subió un poco y exclamó: “Qué belleza de luz la que entra acá, hice mucho, mucho allá”, reiteraba más. Ese es Martín, ni modesto ni exagerado, punto exacto, la justa medida de las cosas en lo que hace y dice, ni te da ni te quita, no niega lo que ha hecho, tampoco le pone de más.  Ese punto medio lo entendió bien su primo Héctor Abad al evocarlo en uno de sus escritos: “Martín Alonso Abad Abad, mi primo, era un excéntrico en Jericó, un excéntrico en Pereira y un excéntrico en toda la sociedad. Y para nuestra dicha lo sigue siendo. Cuando todo el mundo quiere ser común y corriente, del montón, e inclinarse hacia el centro de la campana de Gauss, Martín Alonso optó por los lados, por la marginalidad. Dulce y  hippie   al mismo tiempo, lo caracterizan la calidez, el cariño y la soledad. Felizmente raro en su retiro   de eremita, deliciosamente costumbrista y extraño en su escritura, original y nuevo en su ejercicio escultórico de ´arte póvera´ colombiana, Martín Alonso es un artista integral. Original, indomable e imposible de asimilar, Martín Alonso en todas las cosas de su vida ha optado por lo más extraordinario y lo más difícil: la libertad”.

Su obra solo puede entenderse desde los parámetros de lo conceptual pero no brota en él como una idea sino como un acto de existencia, una experiencia vital.

Su vida es obra, su casa es obra, sus actos son obra. Cada objeto puesto es un escenario para algo, es parte de un todo, es un hilo narrativo sin ningún tipo de libreto previo. En su casa puede encontrarse, como en ninguna otra, la perfecta unión entre el nacimiento  y la muerte, el artíficio y la naturaleza, lo objetual y lo humano.  Ni los objetos le ganan a la naturaleza ni la naturaleza a los objetos, todos están ahí en su justa medida, luchando una tensión en un terreno imparcial que el mismo Martín ha preparado.   Elementos encontrados en su deambular diario como gran caminante que es, fragmentos de sus obras que a diferencia de otros no guarda con la idea de vender o conservar sino que son puestos allí al paso del tiempo, al temple de su debilidad, a su propia y natural autodestrucción. Ramas de árboles que se transforman en mangos de sombrillas, televisores que hacen de materos, un cuadro “pintado” con moscas, alambres que crecen como flores,   es un infinito, un espacio lúdico donde las cosas, la mayoría de ellas chatarra o artículos de segunda mano, están puestas con una lógica tan natural como si fuese de siempre. Uno allí no sabe dónde comienza el objeto y termina la naturaleza, o viceversa. Todo está entremezclado como su vida con el arte, sus cosas con la obra, su ser con la naturaleza. Junto a esa maraña se encuentra también “el arte más importante que se ha hecho en Pereira en la segunda mitad del siglo XX”, en palabras de su amigo y cómplice en el arte Álvaro Hoyos. En la cocina uno puede toparse con un “caído”, muñeco de tela que hizo parte de una de las obras que cada año hacía en la Plaza de Bolívar en los años 80, mirar al techo y encontrarse con la continuación del Árbol Arma, quizá su obra de arte público más conocida. Y otra vez juega la ecuación: de la muerte, de los elementos  utilizados en ocasiones  para matar (cuchillos, machetes)  crea árboles, precisamente de donde brota  la vida que respiramos.

Martín Abad publicó dos libros en el género de la narrativa. Ambos, enfocados en lo autobiográfico son complemento para comprender su mundo artístico.

Martín no te habla de grandes teorías o movimientos, su cuento es la vida, la mamadera de gallo, el reírse y bromear, el hacer como un acto de resistencia y goce. Su obra solo puede entenderse desde los parámetros de lo conceptual pero no brota en él como una idea sino como un acto de existencia, una experiencia vital, una manera de ser en el mundo; le fluye, brota, retoña, se conjuga con  él, no es pensada, es sentida, no es rayada en papel como un proyecto, es parte de su cuerpo, un dedo señala que ese objeto sin sentido es obra, y el arte nace, el arte no se hace, se encuentra, aparece, ocurre. Cuando conocí los libros de Nicolas Bourriaud que reflexionan  sobre el arte conceptual y contemporáneo, me sorprendí de los parámetros que  los artistas  que allí aparecían referenciados evidenciaban en sus obras, el trabajo con los elementos y los objetos, el fuera de foco con relación a  la pintura y la escultura tradicional, una vuelta de tuerca que me llevó a entender lo que ha pasado desde el orinal de Marcel Duchamp, e inclusive  mucho más acá.   Al conocer y adentrarme más en la obra de Martín, sentí que alguien venía haciendo ese tipo de cosas  de la forma más natural posible, sin tanta terminología en su boca ni  pretensiones de formalismo en su cabeza, sin ganas de galería o etiqueta de precio en su artesanía pero con sobradas ansias de hacer y renovarse cada vez más. Alguien desde la provincia, residiendo en lo rural, sin energía eléctrica ni acceso a las tecnologías más recientes que alivianan nuestro cuerpo  y facilitan el acceso al conocimiento.   Martín desde su casa – obra en sí misma – , ya venía proponiendo esos referentes que hasta hoy en día funcionan como punto de partida para los nuevos artistas.   Y al preguntárselo  responde casi sin saber cómo lo ha hecho, “eso pasa”. Sabe de su legado pero no opaca el de otros, se admira pero agradece, nunca ha emitido un juicio que no salga de un criterio racional a pesar de su vasta espontaneidad, amigo de niños, de alcaldes y representantes de la clase alta así como de cualquiera que aparezca a su paso, de la señora que hace arepas como de aquel que pide limosna en una esquina.

Su obra efímera, destruida al acto en  muchas ocasiones, debe ser objeto de estudio, su casa un museo que permita encontrar nuestros más selectos y queridos referentes culturales y universales. Martín es de todos, sin duda.  Por eso urge  un rescate académico de su legado, de sus “ocurrencias” que juntas son uno de nuestros puntos más altos en la creación artística. La tierra, el óxido, el moho y el tiempo  cubren lentamente muchas de esas obras en su casa. Es su decisión, es su voluntad, parte de la  obra que ha buscado ser y hacer. Y por eso debe ser consignada y  archivada como un acto de memoria para el conocimiento de futuras generaciones.PreviousNext