Estudiantes Fundación Universitaria del Área Andina
Quietos. El confinamiento nos ha llevado a estar estáticos. Lo que menos se mueve es el cuerpo, lo que lleva a que se active la imaginación y a que se agite esa chispa creativa que sale de estar en el refugio. Asomarse a la ventana, es una salida, y en ese orden los estudiantes de Redacción del Programa de Comunicación Audiovisual y Digital de la Fundación Universitaria del Área Andina, se dieron a la tarea de mirar hacia afuera y crearon estos relatos, para que usted como lector los descubra. Siga.
CUARENTENA PARA EL ALMA
Los días trascurren y aquí sigo confiado que todo esto pasará pronto, es una tarde fría y lúgubre, me asomo al patio del apartamento, ya que éste carece de balcón, lo primero que percibo son las gotas de agua golpear mi cara y de alguna manera refrescarla. De golpe me encuentro con 2 inmensas, sucias y desgastadas paredes, pero a mis espaldas se encuentra un horizonte tan bello como el amanecer de los domingos, cubierto por colosales montañas llenas de vida que despiertan en mí un gran deseo de salir y estar allí en tan magnifico lugar, pero en ese momento un golpe de emociones me sacude y me doy cuenta de la cruda realidad.
Me invade el efímero recuerdo, de cuando todo era tan fácil y no apreciábamos la simplicidad de las cosas, y ahora hasta para alimentarnos hay reglas que nos lo impiden.
La dulce y apacible voz de mi madre llamándome para almorzar me hace entrar en razón y suponer que en cualquier momento todo mejorará, pero con el amargo saber de qué no todo volverá a ser igual que antes.
Los días avanzan y aprendo más de mí, en las tardes me tumbo en la cama con mi celular y audífonos y dejo que la música fluya, siento que es mi medio para meditar, pensar, crear, me siento todo un dramaturgo creando historias en mi cabeza al son de la música.
En ocasiones sintiendo que soy un baterista que golpea con todas sus fuerzas los tambores, en otras que soy todo un romántico dando todo de mí por aquella persona que me hace perder la razón de ser. A veces solo intento percibir lo que me rodea y el ruido de la calle me hace extrañar todo aquello que hacíamos con tanta facilidad.
Sin embargo, en este lapso me he podido acercar más a todos esos pequeños detalles, que en la cotidianidad no eran tan relevantes: convivir más con mi familia, desarrollar nuevas habilidades, buscar formas de entretenerme y comunicarme con mis amigos, con los que pasaba la mayoría de mi tiempo.
Me invade el efímero recuerdo, de cuando todo era tan fácil y no apreciábamos la simplicidad de las cosas, y ahora hasta para alimentarnos hay reglas que nos lo impiden . Todo mejorará, pero con el amargo saber de qué no todo volverá a ser igual que antes
Finalmente he visto como mi madre dedica tiempo a sí misma, haciendo actividades que le resultaban difíciles por su trabajo como ejercicio, ver series, leer.
Creo que muy pocas veces la había visto con esa sonrisa, tan hermosa y espectacular en su rostro, y eso me hace asimilar que a veces la normalidad no es lo mejor para todos, que siempre se necesitara una cuarentena para el alma.
Brayam David Molina Carmona
SOLO
Me siento en el suelo mientras miro mi reflejo en la ventana de la sala, son las 9 de la noche y afuera no hay nadie. La escena es lúgubre además de tétrica, no queda nadie más, salvo el reflejo de mi ser en una ventana sucia y manchada de pintura negra.
Me siento atrapado, encerrado en una trampa, confinado en un limbo donde el tiempo parece detenerse, pero el reloj no deja de avanzar, no deja de sonar: tic tac, tic tac, tic tac, tic tac…
El sonido taladra mi cabeza, me hace recordar mi estadía en el hospital y el ruido que emitían esas máquinas conectadas a mi piel. Mi mente en blanco, mi cuerpo inmóvil, el fuego se apaga. Una luna creciente se alza ante mí, majestuosa y brillante. Siempre he admirado la luna con misticismo, como si en esa tez blanca se escondiera un secreto enigmático que el ser humano no sería capaz de entender. Al bajar mi mirada veo pasar un hombre de chaqueta gris, gorra y tenis.
Al estar solo tienes más tiempo para ti, analizas tus falencias , carencias y errores. Te cuestionas a ti mismo, ¿por qué lo haces y sigues haciendo?, tal vez por eso detesto la soledad.
Pero llevaba un tapabocas que destacaba, era negro con una sonrisa estampada, en tiempos normales simplemente lo hubiera ignorado, pero debido al aislamiento que padezco me intrigaba. ¿A dónde iba?, ¿por qué?, ¿quién era?, ¿qué piensa ese hombre?, trataba de ponerme en sus zapatos. Lo seguí con mi vista hasta que se perdió en la esquina y todo volvió a su entorno original.
Escucho pisadas en el techo: ¡Gatos! Sus pasos rechinan, pisan, pisan, chillan, chillan, saltan, saltan… ¡crash!
¡Un trozo de techo cae estrepitosamente hacia el suelo! (me lleve un susto de muerte) me levanté de repente esperando cual sería el próximo estruendo. Pero nada… los gatos se fueron, en toda la noche no los escuché de nuevo. Volví a sentarme en el suelo mirando el hueco que provocaron los animales, era grande, y en su interior solo se veía obscuridad, sin posibilidad de repararlo o rellenarlo.
Me doy cuenta que al estar solo tienes más tiempo para ti, te sumerges en lo más profundo de tu alma, analizas tus falencias, carencias y errores. Te cuestionas a ti mismo, criticando lo que haces, ¿por qué lo haces y sigues haciendo?, tal vez por eso detesto la soledad.
Pero por otra parte… darme cuenta de que este momento es una oportunidad desde el lado positivo de esta horrible situación, para madurar psicológicamente, para hacernos fuertes, para aprender y fortalecer lazos con aquellos seres queridos con los que vives.
Carlos Andrés Macías Ospina
SERES CIEGOS E INSENSIBLES
Ser feliz no es difícil cuando se aprovecha
cada situación para crecer más.
En una tarde fría, veía como gota a gota las nubes se deshacían y golpeaban el cristal que enmarcaba el gris horizonte. Ploc ploc ploc. Yo seguía ese ritmo con mis dedos inquietos sobre la mesa mientras el tiempo pasaba rápidamente. Y en medio de un planeta hacinado, atemorizado y encerrado observé la luna brillante, radiante y sonriente.
Las nubes habían parado de derramarse para no arruinar la caricia que el sol daba a mi rostro a través del pequeño espacio que había entre las cortinas. Me levanté y observé que la naturaleza seguía su ciclo normal: el sol, el viento, el agua parecían no estar perturbados por el vislumbre de la muerte. Las memorias que había creado en la libertad de la que antes gozaba invadieron mi mente, llegué a extrañar mi ritmo de vida, algunos lugares, personas y momentos. Pero el típico sentimiento de congoja al no tener todo esto ahora no se hizo presente. Pensé que lamentar esta situación era igual que ir a la ciudad a revivir esos momentos, nada cambiaría, todo seguiría igual, por el contrario, me haría daño. Así que decidí cerrar mis ojos y pensar en qué era lo que este acontecimiento podía aportar.
En la vida hay momentos donde debemos parar, detenernos y descubrirnos. Pensar en nosotros mismos. Mirar y no ver. Sentir en vez de percibir. Disfrutar de los detalles. Vivir y ser conscientes de que estamos vivos. Permanecemos siempre tan distraídos y atrapados en lo cotidiano, evidente y superficial que olvidamos lo bello de la vida, pasamos por alto las capacidades que tenemos de razonar y sentir, convirtiéndonos en seres ciegos e insensibles que causan su propio sufrimiento al ignorar lo que es importante, lo que nos brinda verdadera felicidad.
Creo que ahora, algunos podemos ver aún más la importancia de los detalles y las cosas que en un mundo tan grande son pequeñas, pero inmensamente significativas. Darle el valor que se merece a lo que siempre estuvo ahí. Pues tenemos el poder de cambiar un viernes de borrachera por un candoroso abrazo de nuestra madre, así como un golpe por un beso profundo. Podemos cambiar los cigarros por risas y recuerdos, dejar mucho para sentir esa palmada en la espalda del mejor amigo. Dejar la prisa para amar y valorar de verdad. Pero no lo sabíamos, y de una u otra forma hay que perder para ganar.
Decidí cerrar mis ojos y pensar en qué era lo que este acontecimiento podía aportar. En mi vida hay momentos donde debemos parar, detenernos y descubrirnos. Pensar en nosotros mismos. Mirar y no ver. Sentir en vez de percibir.
Fue esta la reflexión que hice mientras disfrutaba de un vaso de agua, acompañada del sonido de las gotas que nuevamente golpeaban mi ventana. Ploc ploc ploc. Me levanté de la silla y caminé hacia la cocina. Mi madre estaba allí. Me sonrió y sentí que todo estaba bien, me sentí tranquila. ¿Qué más podría pedir? Por unos meses iba a tener algo que no tendría fácilmente en mi vida cotidiana y que me hacía realmente feliz.
Daniela Arias Trejos
EL VIENTO DE LOS RECUERDOS
Hoy se cumplen 25 días de estar en cuarentena, es sábado y son las 5 PM, es tan solo una tarde fría de abril. Puedo escuchar el susurro del suave viento desde mi terraza, lugar en el que me he dedicado a reconstruir mi vida en pequeños hilos de recuerdos vibrantes.
Mi cabeza emerge de los vientos fuertes mientras yo inhalo y suspiro profundamente el aire frío que atraviesa como una oleada de hielo mis pulmones y me lleva a evocar visiones de aquellas tardes nubladas, sentada en los tejados de mis vecinos, los cuales escucharon mis pasos meticulosos de una hermosa infancia en busca de lúcidos atardeceres para jugar acompañada de mis dos compañeras de aventuras y amigas del descubrimiento: Daniela y Karol.
Juntas y con materiales reciclables construimos es mi terraza lo que llamábamos una ¨choza¨, lugar que declaramos como nuestro segundo hogar. El techo eran dos pedazos de tejas viejas que habían dejado en la calle, las paredes estaban cubiertas de un plástico grande de color negro que había sido usado en una construcción cerca de donde vivíamos, el piso eran unas tablas viejas que logramos rescatar de un trasteo.
Sobre las tablas teníamos tendidos, cobijas y mantas viejas que habían sido donadas por nuestras madres, mujeres que se dejan encantar de nuestras ocurrencias. Aunque era un lugar pequeño y tenía su luz propia, al rededor del techo habíamos instalado unas luces navideñas que alumbraban rojo, azul y verde.
Las paredes negras estaban decoradas de dibujos y pinturas que nosotras mismas habíamos plasmado con nuestras manos. Cada dibujo contaba una historia, como cuando salimos a recolectar hormigas y las sumergimos en una botella plástica de gaseosa llena de tierra y pasto. Y claro, no podía faltar el crucifijo que nos protegía, aunque tenía una de sus puntas quebrada, nos hacía sentir seguras para aquellas noches que dedicamos a contar historias de terror.
Puedo escuchar el susurro del suave viento desde mi terraza, lugar en el que me he dedicado a reconstruir mi vida en pequeños hilos de recuerdos vibrantes.
– Bueno es una decisión complicada. Usted está al tanto de lo que ha estado sucediendo estos días, la gente está enfermando, los hospitales están llenos y si su hermana tiene un colapso, no la podrán atender. Dígame, si fuera usted, si se pone en los zapatos de alguien enfermo, ¿aceptaría permanecer en cautiverio y vivir con eso? o ¿le gustaría salir y estar expuesto a enfermar más? — dice el enfermero con seriedad. — Usted tiene la última palabra.
Ellos son mis amigos, pero es agotador, ¿otro día más?, si ustedes pudieran decidir, ¿qué harían?
Daniela Gil Cumaco
EL MUNDO DEL ENCIERRO
Tengo un mejor amigo, es un oso grande, él acostumbra venir a visitarme, trae alimentos, pregunta: ¿cómo ha estado tu día Luna?, acomoda mis sábanas y luego se va.
Cada cierta noche Oso viene a entregarme dulces con formas extrañas, con un olor similar al de los crayones y un sabor extravagante, pero después de comerlos, durante la madrugada, el señor Gato se aparece en mi ventana.
Gato es de personalidad burlona, le gusta venir a contarme historias y ver cómo el miedo me consume en medio de la oscuridad. Ayer fue una de esas noches, me habló de una visión que tuvo.
– Ustedes los humanos tienen una suerte irónica, hacen y deshacen para su disfrute, pero todo eso se va a acabar. Se vienen largas noches de encierro y tú y yo nos vamos a divertir mucho, mi querida Luna. — Dijo el señor Gato mientras salía de la pequeña rendija de la pared, por donde pasa el aire frío de la noche.
En sus últimas visitas, Gato me ha hablado de lo mismo, él asegura que pronto habrá un fenómeno que afectara a todos, las personas van a enfermar, muchos van a morir, el resto deberá estar en aislamiento y todo esto provocará un colapso económico y social.
Suena loco ¿verdad?, pero ¿Y si no lo es?
– Dime Juan, ¿qué opinas sobre eso?, ¿crees que lo que dice Gato sea verdad?, él suena muy convencido cuando habla conmigo. — Le digo a mi hermano desde el otro lado de la cama.
– El tiempo de visita acabó. — Habla Oso mientras ingresa a la habitación — Luna debe descansar.
He perdido la cuenta de cuánto tiempo llevo aquí, pero Juan, Oso y el señor Gato siempre están conmigo. Ellos son mis amigos.
– ¿Por qué está así?, usted escuchó todo lo que me dijo ahí adentro, ¿qué le están haciendo?, ¿por qué la tienen encerrada? — Pregunta Juan mientras se retira de la pequeña habitación.
– Son los medicamentos, tienen efectos secundarios. — Responde el enfermero. — Escuche, su condición es delicada, ella tiene un trastorno mental y debe permanecer en aislamiento porque asusta a los otros pacientes.
– He venido en varias ocasiones y ha empeorado desde que está aquí, usted es testigo, ella lo llama Oso — Responde Juan mientras se toca el rostro con cansancio — ¿Qué pasa si decido llevármela?, lleva días ahí, sin poder salir, eso también la afecta.
Puedo escuchar el susurro del suave viento desde mi terraza, lugar en el que me he dedicado a reconstruir mi vida en pequeños hilos de recuerdos vibrantes.
Aquel lugar nos escuchó nuestros más íntimos e inocentes secretos, fue testigo de nuevas y aterradoras experiencias como fumar un cigarrillo por primera vez, llenar chismógrafos y llorar cuando nos regañaban. Ese pequeño espacio fue tan cálido que las tardes o los días enteros se iban tan efímeros como un rayo de luz.
Sarah Luna Jaramillo Díaz
RECORDAR ES VIVIR
Como lo entonan Garzón y Collazos “recordar es vivir”, entre las 4 estaciones de mi habitación, 4 esquinas que en cautiverio se tornan abismales. En primavera, en tierra de cedrales nací, mientras la oscuridad se extinguía entre torres blancas la luz penetró, con días más largos que noches nuestro amor floreció y en un parpadeo entre tertulias en el parque un nosotros se formó.
En verano pude sentir el calor, al pensar en mi madre, en mi familia, en mis amigos, en cada trago de aguardiente o guarapo que bajaba por mi garganta ocasionando que exclamara con fulgor la grandeza de vivir.
En las altas temperaturas conocí el éxtasis de tus labios, la gratitud de nuestra orgásmica voz cuando cabalgábamos por las praderas del Monte de Venus y las llanuras de Marte quebrantaron cualquier tabú e interpretamos a Sade alcanzando el clímax en el monte Tauro. Entre cafetales y tintos con armónicos aromas que se llevaba el viento, aunque lejos esté me transportan en el tiempo, el recuerdo de los abrazos en casa tan familiares y añorados desatan la incertidumbre en otoño, la temperatura comienza a descender, ya tus besos son distantes y entre el naranja y rojo se disipan nuestras virtudes y ahora lo que antes amábamos del otro nos parecen vicios sin sentido que solo agobian el nosotros, cojo el teléfono y llamo, entre mi madre y mi abuela con voz dulce me bridan un refugio sin reparo.
Ya es invierno, los días son cortos y las noches más largas acompañadas del insomnio ocasionado por tu ausencia, pues ahora solo está el “yo” que ha extinguido el nosotros, la melancolía la disfrazo de nuevo con aguardiente que en las altas y bajas me es fiel sin interés alguno, las temperaturas descienden al igual que mi peso.
De la cama a la ventana, de la sala a la cocina, del balcón a un suspiro con un día gris que me acompaña, no solo percibo tu ausencia, la cotidianidad se ve afectada y aquellas personas que estaban día a día ocupando lapsos de mi vida, al igual que yo están confinadas, para algunas se extingue su rutina, su cuerpo, su existencia.
Mi vecino que vivía de excesos se deprime al ver distantes sus firmes amistades, ni un mensaje ni un llamado, o un te quiero por si algo, pues noche a noche tras un shot o un pase llegaban allí con un interés por delante, nada sincero, nada amable, solo nadie. No oigo el ruido del estéreo con Sex Pistols y Soda Stereo, ni los pasos del perreo intenso que azotaban en mi techo.
El pintor de al frente se quedó sin musas, solo con pajas de consuelo, entro en crisis creativa, cuestiono su arte genérico desde acá lo veo y empieza a producir sin follar, como intensión primera su incipiente necesidad de plasmar el ser de nuevo en sus entrañas, recuerdan el de hace unos años sin dependencias ni intereses, solo el arete como legado.
Ahora hay más gritos, hay más golpes en la casa de los López con tres niños y un perro desnutrido, que inocentes con temor bajo la imaginación se resguardan, ya no solo los fines de semana, ahora su padre no trabaja y hay un infierno prolongado que incluye hambre, miedo y traumas que se van reproduciendo con indiferencia y descaro de los privilegiados de al lado. La inconciencia y la usencia de valentía de su madre los condena a una vida desgraciada sin escape, con patrones que se repetirán en sus hijas y en sus futuros matrimonios con la idea de violencia normalizada.
Sigue allí el pisquero entre marihuana e incienso de los hippies de la esquina, que salvando el mundo son veganos, no se bañan y predican el amor para la paz del vecindario, hacen yoga sin harapos de obscenos los tachan, pero siempre están ahí los moralistas observando la azotea con el morbo de antemano.
De la cama a la ventana, de la sala a la cocina, del balcón a un suspiro con un día gris que me acompaña, no solo percibo tu ausencia, la cotidianidad se ve afectada y aquellas personas que estaban día a día ocupando lapsos de mi vida, al igual que yo están confinadas, para algunas se extingue su rutina, su cuerpo, su existencia.
Mientras leo y el tinto no me falta, Don Chucho con su carro ya no sale ya no vende, el chontaduro se ha estancado, pasa hambre y muy ausentes están sus hijos licenciados que nublada tienen la empatía y a su viejo han olvidado, él sin ahorros se ha quedado pues mientras sacó a sus hijos adelante su fortuna y sus fuerzas ha agotado.
Cierro el libro en la página 77, pongo en pausa a Dostoievski, reproduzco a THE CURE, que son una tristeza feliz, descritos así en Sing Stret, ahora entiendo y repito más el mantra que he sacado de la película, y el problema es no estar feliz con estar triste, pues eso es lo que es el amor, tristeza feliz, la importancia recae en sufrir y gozar ambas en equilibrio para no caer en la costumbre, pues mucho de una o de otra solo afectan sin remedio, vuelve y cae la primavera soy más fuerte, más consiente, recupero mi autoestima y renazco en amarme.
María Alejandra Díaz Gómez