Autor: Aldemar Solano Peña.
En este día de celebración del Orgullo Gay ofrecemos una mirada a lo sexual en ese contexto plural. Lo ganado y lo perdido, los contrastes y matices de un fenómeno que por lo regular ha permanecido subterráneo en sus prácticas.
Durante 11 años ha crecido la concurrencia de personas de otras latitudes a la marcha de la diversidad sexual que comenzó como «orgullo gay», hasta que cayeron en cuenta de que el orgullo conlleva triunfos. Orgullo sí, el de los activistas que lograron que hoy esa manifestación tenga apoyo institucional porque nació pagando impuestos para ser admitido luego como acto cultural.
Con sus expresiones, estas personas propician que la sociedad acepte que la diversidad sexual sobrepasa los esquemas anatómicos: femeninos, masculinos o hermafroditas, dentro de la compleja personalidad humana. Así tratan de dar vida a la letra sobre la igualdad sin discriminación ante la Ley que promulgan la Constitución Nacional y la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Esa igualdad aún esquiva con la palabra «matrimonio», con la adopción de los hijos despreciados por sus progenitores heterosexuales y con el término «familia» de la que hoy forman parte, incluso más, nuestros congéneres los animales.
Así es como en esta sociedad, que juzga por los gustos «en la cama», va saliendo de la clandestinidad una condición de vida que ha existido desde siempre.
Acaba de cumplir 20 años, en julio, Físico 21 Club, el sauna más concurrido del Eje Cafetero, ubicado a pocas cuadras del Bolívar Desnudo; como este hay otros tres que mantienen vigentes las costumbres romanas de sitios de socialización masculina: Eqqus desde hace 13 años, Salamandra desde hace 7 y Géminis desde hace 2 años. Todos con baño turco, laberintos, cabinas, zonas oscuras y áreas de sol, tres de estos con un día al culto del nudismo.
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Una porción que no se encasilla en la funcionalidad de hombre para mujer o mujer para hombre, ha querido abarcar la infinita diversidad en una sigla creciente: LGB, LGBT, LGBTIQ… (lesbianas, gais, bisexuales, transexuales, intersexuales y queer). Sin la M en español de «marica», palabra que cambió su significado de: «hombre afeminado o con gusto por su mismo género» a insulto para ellos, pero como adjetivo de amistad entre heterosexuales.
Al orgullo entonces le resultó más fácil usurpar el anglicismo y pluralizarlo «gais» que rescatar y defender su propio término. Y se apropió de la bandera arcoíris de los indígenas andinos, del cooperativismo internacional y de otros grupos.
Para esta población existe una guía de alrededor catorce lugares – en aumento cada vez más. Están los más viejos como el emblemático Centro Artístico y Turístico Chapultepec en La Popa, desde hace unos 40 años y una cantina denominada El Corcho, a pocos pasos del Parque El Lago.
Con afluencia similar, las discotecas modernas, que ya sobrepasan la década de existencia, se destacan en la región por la temática que ofrecen; desde presentaciones transgeneristas como en The Cotton Club hasta shows de sexo en vivo con actores porno internacionales como en La Condesa Disco. Sitios de ingreso gratuito o con cover de hasta 25 mil pesos, y en el caso de este último con una zona erótica para sus clientes.
Por lo menos cuatro restaurantes se reconocen «diversos». Un par de estos: El Gran Café y Evolution, se convierten en bares gay durante las noches del fin de semana. Una especie de lugares públicos «heteroflexibles», pues la heterosexualidad es más reservada a los innumerables moteles o a los eventos swinger o de intercambio de parejas que solo se contactan a través de internet o celular.
Diversa desde siempre
Con o sin leyes, con o sin neologismos, la libertaria Pereira ha sido tierra de diversidad, con sitios para homosexuales desde antaño como El Soberano, vigente por más de 60 años hasta que su propietario, Henry Guarín, fue «asesinado por su amante» a finales de la década de 1970. Se dice que fue, quizá, el primer sitio homosexual en Colombia, al que llegaban clientes de varias ciudades, en Cadillac y elegantemente vestidos. Su último domicilio fue en un pequeño edificio triangular sobre la séptima, derribado después por la construcción del Viaducto. Muy cerca hubo dos más: al frente, en la calle 11, existió El Monasterio y el otro, Tijuana, entre las carreras 9 y 10 con calle 15 o 16.
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Si bien hasta ahora Melgar ha liderado los encuentros en fincas de recreo para la diversidad sexual, gay o swinger, ya se han comenzado a promocionar los primeros en el Eje Cafetero: por la vía a Armenia, Combia y Morelia.
Ciertas zonas de Pereira dan vida también al cruising o lugares de encuentro nocturno -hetero u homosexual- al aire libre, apoyados por las redes sociales, para el género masculino como Grindr y Manhunt, donde se intercambian fotos corporales, parte por parte si así lo desean antes del encuentro; y las femeninas como Brenda o Wapa, donde se conocen sin los afanes de la testosterona. En ocasiones detectan perfiles falsos de hombres que buscan morbo. ¡Ellas no requieren del sexto sentido para intuirlo!
Solo hay una residencia de corte netamente homosexual, a pocos pasos de Ciudad Victoria, y no existe un solo sitio exclusivo para lesbianas, indicador de la influencia hormonal en el mercadeo de la «diversidad».
Una porción que no se encasilla en la funcionalidad de hombre para mujer o mujer para hombre, ha querido abarcar la infinita diversidad en una sigla creciente: LGB, LGBT, LGBTIQ…(y seguirá)
También son escasas las publicaciones, programas o actividades intelectuales exclusivas de la comunidad, salvo por el ciclo de cine rosa anual y algunos talleres y semilleros de género que ha abanderado la Universidad Tecnológica de Pereira sobre el papel y la incidencia de la bisexualidad y el lesbianismo.
Aunque homosexuales, lesbianas y bisexuales ya se han pensionado de cargos públicos y ostentado el poder en los niveles más altos, apenas este año la Alcaldía de Pereira dio el encargo del subprograma municipal de «equidad de género y diversidad sexual» a un transgénero: Johana Guerra, Liar Flowers de nombre artístico.
“Las personas transgénero estamos en la capacidad de ejercer cargos públicos o ingresar a la empresa privada, existen muchas mujeres “trans” profesionales, ingenieras, abogadas, diseñadoras, entre otras. Yo quiero borrar ese estigma que tiene la ciudadanía sobre las personas “trans”, sin desconocer que también hay una población que se dedica a trabajar en la calle. Quiero ser un ejemplo a seguir, que nos motivemos a prepararnos, a educarnos y a salir adelante; hoy es un hecho histórico porque se están abriendo las puertas, primero de la Administración Municipal, pero estoy segura que no serán las únicas” Johana Guerra
Autodiscriminación positiva
Las acciones de «discriminación positiva» de estos grupos, como de indígenas, negros o mujeres, todos segregados por el machismo durante milenios, no deberían ser eternas en una sociedad que avanza en el conocimiento y que ha pasado de someter y aniquilar a sus diferentes a convivir con ellos; sin perder de vista que la equidad de género es una paradoja orientada a los derechos pero diferenciada por la naturaleza en la mayoría de los casos: fuerza para trabajos pesados o instinto maternal para el cuidado de niños, destreza para algunos deportes o gusto para el maquillaje.
Determinantes genéticos y socioculturales que forjan la individualidad y la diversidad social, y que no deberían condicionar a nadie a compararse ni mucho menos a negar posibilidades u otorgar privilegios, más de los que determinan por sí las condiciones económicas. Deberá llegar el día en que todas las personas asuman un cargo por el mérito de su intelecto y no por su orientación sexual.
Craso error el de un transgénero al decir que es la envidia de las mujeres o viceversa, o el de un varón heterosexual al considerarse más macho que un homosexual, y de estos últimos al suponer que todo varón tiene reprimida su homosexualidad.
No todos los niños que se ponen los tacones de la mamá crecerán homosexuales, no todos los homosexuales son afeminados, no todos los estilistas son homosexuales, no todas las lesbianas son «marimachas», hay transgeneristas que pese a su cambio siguen gustando del sexo opuesto, no todo varón casado con mujer es netamente heterosexual y no todo el mundo está obligado a exponer su sexualidad.
Los seres humanos no somos iguales, somos diversos, y no solo en la sexualidad.
La revolución sexual, que lleva seis décadas, nos permite ver hoy por las calles de Pereira parejas de homosexuales y lesbianas caminando de la mano, departiendo en sitios públicos como un par de novios tradicionales y sin tener que excluirse a lugares netamente homosociales. Sin embargo, estos logros no deben transgredir reglas dictadas por el «simple sentido común»: manifestaciones como un simple beso apasionado, que puede resultar tan incómodo para los demás así sea entre heterosexuales y que amerita un grito de: « ¡páguele pieza!».
Con fervor
Hoy, cuando las creencias se han desligado de sus bases, es posible ver cómo los pereiranos se asoman a los balcones o salen a las calles para ver el recorrido de la procesión multicolor de la diversidad, con figuras y rostros andróginos y con el mismo fervor de Semana Santa.
En los últimos años, los colectivos Prisma, Hábitat, Jokudi, Iris y Mestizando han conquistado espacios en una sociedad que forzaba a una misma conducta de dos únicos sexos para producir maridos, esposas y padres en contra de la propia naturaleza, en la que unas 1500 especies sostienen relaciones homosexuales. Si bien dicen que la naturaleza es sabia y en principio permitió la evolución de la humanidad para poblar la tierra, al sentir hoy su destrucción por la sobrepoblación: ¿cómo negar que la homosexualidad – ¿creciente? – sea su arma de defensa?
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La denominada «discriminación positiva» tampoco debería caer en propuestas absurdas como baños o colegios exclusivos para niños que demuestran una orientación sexual, sería el retorno a los colegios unisexuales que durante tantos años limitaron la convivencia entre hombres y mujeres, y condicionarían una definición temprana que en ocasiones se alcanza en la madurez de la vida.
A la «población diversa» le falta vencer su propia autodiscriminación, a menudo se refieren a los demás como «esa loca» o «esa perra» y suponen la «promiscuidad» porque acuden a bares, saunas o exponen su rostro en las redes homosociales.
¡La contradicción del ser humano! «Desde que el sexo se volvió fácil de hallar, el amor se volvió difícil de encontrar», pone alguien en su perfil mientras en el título indica que busca un trío. ¿Y qué tal el amor entre tres o más? ¡Las triejas y el poliamor!
Todavía le queda un largo camino por recorrer al legislativo y a la sociedad.
Literatura homoerótica
Algunas historias han sido plasmadas en la literatura, en publicaciones como Nadie conoce mi sexo (1973) de Hernán Hoyos a su paso por Pereira; Uno bajo el signo de escorpión (1977) de Jorge Enrique Gómez sobre un homosexual «pederasta, incestuoso, alcahuete, pornógrafo y pícaro», historia que transcurre en el seminario de Santa Rosa de Cabal y más recientemente Andago. La línea K y Crónica de Tinieblos: El sujeto homoerótico en la narrativa del Gran Caldas de Jaiber Ladino.
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Seguramente llegará el día en que los subsidios para las «madres cabeza de hogar» se destinen a los ciudadanos que decidieron no tener hijos, y así empezará la contribución a la diversidad del planeta más que a la especie humana egoísta y sobrepoblada, que repite errores y desconoce aciertos de civilizaciones antiguas.
Sociedades que en busca de su evolución se meten en camisa de once varas, partiendo por el uso del lenguaje: él convertido en ella, ella en él, él que parece ella pero quiere seguir siendo tratado como él o ellos que siendo ellos se tratan de ellas, en fin… cuando en realidad la grandeza de la humanidad no está en el sexo sino en el cerebro.
El artículo “Pereira, sin puertas ni en el clóset” fue publicado originalmente en el
periódico Ciudad Cultural, edición 38, agosto de 2016.