Autor: PlanC
Como parte de nuestro espacio #PereiraTambiénCrea, nuevamente los invitamos a conocer y disfrutar de algunas de las obras representativas de las letras pereiranas. En esta ocasión, un poemario publicado en 1992, y único hasta la fecha, por el reconocido cronista y periodista Gustavo Colorado Grisales
“Definir la poesía es tan imposible como pretender descubrir el ojo de Dios en la atmósfera de nuestro violento paisaje. Una y otro no dejan de ser creaciones, necesidades humanas: la una, para purificar un tanto el castigo de habitar el mundo a través de la palabra. Lo otro, la urgencia de rendirle cuentas a un ser que preferimos superior, como lo expresara Lewis Carrol, “somos niños mayores, también tenemos miedo a que llegue la noche”. El poeta, lo sabe incluso el mismo poeta, es un niño mayor que a menudo hace las veces de Dios, intentando no sólo inmiscuirse en el pellejo sensible de los demás sino también de hacerle ver que sólo a él le ha sido dado sentir y presenciar. Porque el poeta sabe que cada palabra suya se traduce en un peligroso movimiento dentro de la partida de ajedrez que enfrenta con su contrincante, Dios. Ambos, una sola materia, dos ojos, un tablero que combina palabras; al final, un solitario ganador: el poema. Para demostrar lo dicho, se levanta la poesía de Gustavo Colorado, un hombre que, como todo buen poeta teme a las palabras, a su peso; de ahí que su poesía sea liviana, carente de retórica, y pueda volar como el ángel que una vez sembró tres gotitas de sangre en la ventana – en la ventana de su cuarto que mira al mundo – ; porque algo característico en la voz poética de Gustavo Colorado es la entronización del adentro.
El afuera parece decirle tan poco; el adentro lo utilizan sus voces, para no hablar de sus personajes porque bien podría ser uno solo, para anunciar sus soledades. Su poesía desnuda, no alegra, su poesía lacera, no entretiene. A veces parece una voz, un personaje cansado de la búsqueda infructuosa de ese otro pájaro herido que es la felicidad; porque el poeta sabe de lo efímero, de esos pequeños estados de felicidad que fenecen con el coito o al despuntar el alba. Nadie más triste y solitario que el hombre después del coito. Pero es que en este poeta que se firma, tal vez temiendo el olvido, la tristeza y la soledad devienen antes y después del coito.
Al mundo, a esta masa en la que dos cuerpos imposibles se repelen al levantar la sábana, parece mirarlo y entenderlo como un RITUAL, y como en toda ceremonia, los elementos predispuestos, acomodados, estáticos, no podían faltar.
Con Gustavo Colorado podemos dialogar, como quien lo hace consigo mismo, pues, ¿Quién no ha sido fustigado por el inevitable ronroneo del reloj de arena, por “el tiempo que gotea y gotea”, por el espasmo que produce enfrentar el desamor; quién no se ha cubierto el rostro con la sangre de su ángel herido; quién, en últimas, no ha temido a la muerte y por eso escribe aunque sea cartas a su abuela? Quien se crea libre de tales culpas, que tire la primera letra. Al final, lo mejor es cambiar algo en nuestras vidas, creer que Dios sí juega a los dados o viajar con el poeta hacia «un lugar sin memoria/ donde ya nada duele”. Rigoberto Gil Montoya, del prólogo.
Rituales
Gustavo Colorado Grisales
Poesía
1992
Medellín
Editorial Lealon
Páginas: 74
Rituales
En el viejo desván, el hombre
sobre el mantel el matraz,
la sangre, la piel,
los huesos,
el mortero,
la palabra clave.
El propósito:
hacerse mineral
liviano, liso:
no portador de cicatrices.
Ritual parte 2
Vadear otras aguas,
Otros tiempos,
habitar otros cuerpos
y caminar sobre la cuerda
floja de sí mismo
como mandan los cánones
de la buena acrobacia:
con los ojos cerrados
para ver mejor.
Ritual parte IV
La luz enmudece en el cristal
y el día es otra vez la llaga
donde unos ojos
dolorosamente abiertos
no saben más del olvido
que otorgan
los efímeros incendios
de la carne.
Del amor
Días
meses
años enteros
consagrados a la vana y fatigosa tarea
de interrogar oráculos
indagar en Teologías
escudriñar las líneas
de la palma de la mano
y rebajarse incluso a la impudicia de escarbar entre las cenizas del tabaco
Para venir a descubrir
-a esta hora de la tarde
en que emerges desnuda
de entre las sábanas-
que el acto de dejar caer lentamente
las ropas sobre el piso
y asomarse juntos a las diáfanas
y riesgosas aguas de la mutua desnudez
acaso sea el único
en que nos es dado a los hombres
acercarnos a eso que llaman
la comunión de las almas.
Nota para dos que llegaron tarde
¿En qué muro fue escrita?
¿en qué lengua fue dicha?
¿en qué rincón del mundo
estábamos tú y yo
cuando fue pronunciada la palabra?
Del amor
Y volver de (a)
tu cuerpo
gozoso
puro
herido
solo:
como un ángel que cae.
Del desamor
Lo que hoy me queda de ti,
amor
es tan sólo la rutinaria ceremonia
de levantarme,
todavía con el aroma
de los últimos sueños
y dejar un montón
de palabras gastadas
abandonadas a la buena voluntad
de los hombres del correo.
Del verbo, del amor
Tener la palabra “en la punta de la lengua”
y no saber
y no poder decirla
Siempre al borde pero nunca al otro lado
del milagro de hallar
entre esa sarta de metáforas y sílabas
el espejo que te revele algo
acerca de ti mismo:
el más viejo arcano
la razón última
de esa oscura piedra que centellea en tus huesos
que teje
que desteje
la madeja de Ariadna desde donde descubres
que el silencio acaso no consiste en callarse
sino en decir solamente lo esencial:
el renovado deseo
de inventar una lengua
que sólo sirva
para decir te amo.
Consejo para uno que empieza a soñar
Deja que el tiempo realice
-pacientemente y concienzudamente-
su parte del trabajo,
que tu amnesia y la muerte
ya se encargarán del resto.
En un lugar común: el tiempo
El tiempo que me roe:
que se mide a sí mismo
en mis secretas nostalgias;
el tiempo que gotea y gotea
en mi interior
adormecido por sueños
que nunca crecieron
o agitado por aquellos
que aún sobreviven
a pesar de nosotros
me conduce, silencioso y distante
hacia un lugar sin memoria
donde ya nada duele.
Me caeré a pedazos:
hoja a hoja
como los árboles
fieles a la tierra.
y mañana
desnudo y mustio,
seré el puntal
de aquellos
que quieran apostar
a ser Ícaro.
Me deslizo, me sumerjo,
y no logro hallar otra cosa
que el pececillo
frío del tedio
en los rincones donde
se supone,
debería encontrar
tesoros escondidos;
el pozo sin fondo,
las algas del insomnio,
el canto de sirena
que alguna vez
confundí con el futuro.
El autor
Gustavo Colorado Grisales (1960) Pereirano por adopción y desde muy joven ha vivido la ciudad con la intensidad que transmiten sus crónicas. Escritor, columnista y docente universitario con una amplia aparición en medios escritos y radiales del país. Director del Área Cultural de Comfamiliar Risaralda. Premio Nacional de Periodismo Semana ‘El país contado desde las regiones’ (2011). Premio Regional de Periodismo Hernán Castaño Hincapié (1999 y 2005). Ha publicado los siguientes libros: El último verano de Tony Manero (1992), Rituales (1992) , Un Altar para la desmemoria (1942) , Rosas para rubias de Neón (1997) , No disparen, soy solo el cronista (1999), Besos como Balas (2004), Yo me bajo en Atocha- crónicas de la migración (2008), Crónicas del Diablo (2013), Esta tierra es mi tierra (2015). El primero de cuentos, el segundo de poesía y el resto de crónicas. Pueden leerlo en miblog-acido.blogspot.com/