EL VALOR DEL CINE CLUB
Indiscutiblemente el cineclub mejoró la experiencia del espectador y agudizó su conocimiento frente a un mundo de imágenes en movimiento cada vez más amplio que no ofrecían los espacios convencionales. Aunque su mayor auge es asunto del siglo pasado, la revolución informática permitió acceder desde casa a esos productos de difícil circulación y profundizar en análisis y reflexiones en torno a ellos, aún quedan espacios que se visitan con esa insondable curiosidad por lo nuevo y lo desconocido, a ver en cofradía “esas películas” y a conversar sobre lo percibido por cada uno de los asistentes.
Son grupos reducidos de entusiastas que exploran el cine con una mirada menos banal, desde raras temáticas, ciclos de directores y efemérides, o lo que sea, con tal de encontrar algún puerto posible que llegue en la mayoría de los casos a equilibrar el panorama frente a la incomodidad, la estrechez y la dudosa calidad (en términos técnicos) de lo proyectado. A la final eso no importa. Estamos dentro de un lugar refrescante para combatir el exagerado ritual de filas, asientos y palomitas de las amplias y sofisticadas salas comerciales.
LA EXPERIENCIA
La cita es semanalmente cada miércoles, la función está programada para las 7:30 de la noche. Unos 15 minutos antes la gente empieza a llegar a Sala Estrecha para acomodarse y encontrar lugar en las pequeñas gradas con aproximadamente espacio para unas veinte personas. Como premio a la puntualidad los organizadores del evento, Felipe Rivera y John James Gutiérrez, proyectan un cortometraje que sirve de preámbulo a lo que será la película de fondo. Por lo regular ambas producciones están relacionadas.
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La magia del cineclub comienza. Antes de reproducir la película los organizadores comienzan la explicación de contexto y temática, hablan del director y la pertinencia frente al ciclo promovido para esa ocasión. Han sido muchos los abordajes para hacer del encuentro cinéfilo algo provocador, la mayoría de ellos muy atractivos, despiertan las ganas de asistir con tan solo ver el anuncio así no se tenga idea de las películas a proyectar. Desde duplas, realizaciones cinematográficas en una sola locación, la autoficción, directores fallecidos, producciones realizadas en Corea del Sur (por aquello de Parásitos y sus premios Óscar) nuevos realizadores y hasta fechas tan específicas como Halloween. Esa diversidad y rigurosidad para encontrar siempre nuevas formas de convocar es quizá uno de sus éxitos para mantenerse en el tiempo y sumar espectadores y funciones.
“El cineclub Cámara en mano lleva ya más de diez ciclos, empezó en febrero de 2019. Surgió como un intento de ampliar algo que se había hecho en Sala Estrecha hace varios años con el nombre de Cine inusual, encuentros donde se programaban cuatro películas a lo largo del mes, nosotros queríamos reactivar ese espacio de una manera más permanente”, explica Felipe Rivera, uno de los creadores del cineclub. Y agrega: “Es como cualquier otro dispositivo para hablar de literatura, filosofía, poesía, etc. Lo que permite es que la gente se encuentre en torno a temas en común y pues eso es realmente lo importante”.
Un par de semanas antes de que la pandemia nos mandara a todos para la casa, una de las películas proyectadas a las que pudimos asistir, la del último miércoles de febrero, fue una obra donde se mezclaba magistralmente la ficción con hechos de la realidad, eso que muchos han llamado los límites de la ficción y la no ficción. Cerraba el ciclo de duplas, y llamó la atención que sus directoras, Petra Costa, actriz y cineasta brasileña y Lea Glob, documentalista danesa, se conocieran justo antes de iniciar rodaje; a diferencia de las otras parejas de realizadores (hermanos, esposos o amigos) presentadas durante el mes. A ese nivel de especificidad se puede llegar en cada una de las jornadas del cineclub.
¿Qué es lo real o qué es la ficción y hasta qué punto se puede considerar que lo que se dice como verdadero no es otra ficción más? Ese fue el mayor interrogante al concluir la película y encender la luz para entrar en discusión. ¿Qué tan verídicos son los documentales, ese género audiovisual que más se jacta de usar la realidad?, otro de los puntos a considerar esa noche. La conclusión fue simple: no existe realidad absoluta siempre que el lente de una cámara esté frente a algún sujeto u objeto. Después de cruzar ideas algunos se quedan en el lugar, que también funciona como sala de teatro y cantina al paso, para conversar más, de esa o de otras películas exhibidas o pendientes por ver. Da igual: la experiencia siempre será diferente ante cualquier historia surgida desde la pantalla improvisada.
Sea cual sea su perspectiva de los cineclubes, vale la pena tomarse el tiempo y visitarlos. Por el compartir colectivo, nostalgia o simplemente para ver una película diferente que no esté dentro del menú más promocionado. No se necesita ser cinéfilo o un avezado conocedor. Todos están para aprender y dejar un poco atrás esa monotonía en la que nos encontramos muchas veces al prender el televisor o ir a una sala comercial. No siempre la mejor silla hace la función más memorable. Ya suman más de medio centenar de películas, y esperan al regresar de casa, aumentar aún más esa cifra.